“Señores Guardias Civiles,
aquí pasó lo de siempre:
murieron cuatro romanos
y cinco cartagineses”.
Federico García Lorca
Los graves problemas que hoy enfrenta la salud en Chile evocan inevitablemente estos versos de Federico García Lorca. La pregunta es inevitable: ¿vamos a seguir en lo mismo?
El legado que recibirá el próximo Gobierno en materia de salud constituye uno de los mayores desafíos de políticas públicas de las últimas décadas. Las cifras son elocuentes y alarmantes: más de dos millones de pacientes en listas de espera; cerca de quince mil personas con tratamientos oncológicos atrasados; alrededor de treinta mil fallecimientos de pacientes que aguardaban una consulta con un especialista o una cirugía; y reiterados casos de fraude en licencias médicas.
Estos problemas no son responsabilidad exclusiva de la actual administración. Son, más bien, el resultado de políticas erróneas sostenidas en el tiempo y de dogmatismos extremos, como la consigna de “salud igualitaria para todos”. ¿Quién podría oponerse a tan noble propósito? Sin embargo, esa declaración —presente en el programa del actual Gobierno— ha chocado frontalmente con la compleja realidad del sistema de salud chileno, que históricamente ha sido mixto: seguros públicos y privados, mutualidades, cajas de compensación y prestadores diversos. La pandemia demostró que cuando el sistema trabaja en equipo, los resultados mejoran.
La salud es tarea de todos. Se requiere capacidad de diálogo y humildad para reconocer que ciertas políticas públicas no han dado los resultados esperados y que es indispensable un nuevo enfoque, acorde al desarrollo tecnológico, administrativo y económico del siglo XXI. Ya no vivimos la era de los grandes hospitales y los grandes maestros que marcaron la historia de la medicina. Vivimos la era de la tecnología, del envejecimiento poblacional y de nuevos desafíos sanitarios: obesidad infantil, alcoholismo juvenil, problemas de salud mental, salud bucal deficitaria, entre muchos otros.
El primer aspecto clave es definir, sin ambigüedades, que el paciente debe estar en el centro de la política pública de salud. La captura monopólica del sistema por parte del Estado, mediante seguros públicos excluyentes, no soluciona los problemas: aumenta la burocracia y abre espacios a la corrupción y al mal uso de recursos. La libertad de elección del paciente, a través de subsidios directos a las personas para acceder oportunamente a prestadores públicos o privados, es una piedra angular para avanzar. Este enfoque no solo promueve equidad real, sino que además maximiza el uso de los recursos disponibles. De lograrse, las listas de espera simplemente no existirían.
El segundo aspecto fundamental es la modernización del Estado, proceso al que se opone parte del establishment porque considera que la salud “les pertenece”. Es imprescindible entender que salud —como ausencia de enfermedad— es un trabajo multidisciplinario que involucra médicos, enfermeras, obstetras, otros profesionales de la salud, pero también arquitectos, ingenieros, economistas y gestores. No es lo mismo salud que medicina: la primera es prevención y gestión; la segunda, curación.
No podemos seguir con un Estado diseñado en los años sesenta. Se requiere un Ministerio de Salud con una visión estratégica y “macro”, liderado por un ministro asesorado por un comité consultivo multidisciplinario; una estructura moderna con vicepresidencias ejecutivas por áreas; hospitales con gerencias profesionales y directorios capaces de atraer inversión privada y beneficencia; y participación de los trabajadores de la salud para mejorar la productividad, que hoy es cerca de la mitad de la del sector privado. Asimismo, es urgente una revisión severa de las compras públicas, donde existen importantes fugas de recursos por bases mal diseñadas y compromisos comerciales inadecuados. En conjunto con los decanos de las Facultades de Medicina, debe planificarse la formación y capacitación de los profesionales de la salud según las necesidades reales del país como la distribución de los campus clínicos.
El tercer eje estratégico es la educación sanitaria y la prevención, donde debiera concentrarse el foco del gasto. Una Red Nacional Preventiva en Salud debe integrar a mutuales, cajas de compensación y centros de salud familiar. La medicina familiar, la educación nutricional, el uso intensivo de tecnologías diagnósticas —como mamografías y colonoscopías—, los programas deportivos como Elige Vivir Sano, la salud mental y la salud bucal deben ser pilares esenciales de una política sanitaria moderna. Frente al grave déficit en educación sanitaria, cabe preguntarse: ¿podría un servicio militar social remunerado, similar al modelo israelí, ser una herramienta eficaz para enfrentar el alcoholismo y la drogadicción juvenil?
A pesar de que el gasto en salud se ha duplicado en la última década, los resultados son deplorables. Es tiempo de razonar, reflexionar y corregir el rumbo. El próximo Gobierno enfrenta la difícil misión de elegir un ministro con verdadera visión de Estado, capacidad de trabajo en equipo y una personalidad firme para liderar un sector altamente conflictivo y lleno de intereses.
Mejorar la salud en Chile es, sin duda, una lucha quijotesca. Llevo años escribiendo columnas y artículos con el único propósito de contribuir a la discusión y a la búsqueda de soluciones para un sistema que no puede seguir haciendo “lo de siempre”.
Jaime Calderón Riveros
Ingeniero Comercial
Santiago, 23 de diciembre de 2025
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