Cuentos y literatura

Yo prefiero a los locos
los sensibles, los ingenuos,
los soñadores, los ilusos,
Yo me quedo con los rotos,
los heridos de amor,
los que sangran melodías
los que lloran poesías,
los que pintan sonrisas,
los que todavía creen en utopías.
Me quedo con aquellos
Que se atreven a seguir soñando,
propagando la esperanza
e invitando a enamorarse.
Yo me quedo con ellos,
los que no se doblegan
ante la frivolidad y la apatía,
con los que sientan y vibran
con los que aman todavía

Santiago, octubre 11, 2023

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Pensamientos del Dalai Lama

Cuando hablas, solo repites lo que sabes:
Pero cuando escuchas, 
quizás aprendas algo nuevo

Deja ir personas que solo llegan 
para compartir quejas problemas
historias desastrosas, miedos, juicios 
de los demás. Si alguien busca un cubo
para echar basura
Procura que no sea tu mente 

Nuestro principal problema en la vida 
es ayudar a otros 
Pero si no puedes ayudarle
Al menos no le hadas daño

Ten en cuenta que los grandes logros
Requieren grandes riesgos

Si la mente está ocupada en pensamientos positivos, 
Es más difícil que el cuerpo se enferme

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Tres Príncipes hermanos

Soñé que era muy niño, sentado en la cocina
escuchando los cuentos de la vieja Paulina
la noche estaba fría y el tiempo tan revuelto
que la caja crujía
Era un cuento muy bello

Tres príncipes hermanos
que se fueron por mares y piases lejanos,
tras la bella princesa que la mano de un hada,
en un lago, sin fondo, mantenía encantada.
El mayor, que fue al norte, no regresó en su vida;
el otro que era un loco, pereció en la partida;
y el menor, que era un ángel por lo adorable y bello,
llegó al fondo del lago sin perder un cabello…
Allá abajo, en el fondo, vio paisajes divinos,
castillos encantados de muros cristalinos,
y en un palacio inmenso, de infinita belleza,
encerrada y llorando, vio a la pobre princesa.
Se encontraron sus ojos, se adoraron al punto,
y lo demás fue cosa de poquísimo asunto,
pues al verlo tan bellos como el sol y la aurora,
el hada, que era buena, los casó sin demora.

Y así acabó aquella noche
Yo me quedé soñando con el príncipe amado
por la bella princesa, con el lago encantado,
y también con los tristes y aparados desiertos,
donde duermen los huesos de los príncipes muertos

Santiago, mayo 2018

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Avenida La Paz

Tras el féretro, los deudos caminaban en silencio.
Él permanecía mudo, inmóvil y expectante en su lujosa cama de seda y nogal. Algo tendría que suceder que cambiara la situación.
Los deudos, silenciosos, lo dejaron atrás. Nada Ocurrió.


Polvo eres...

Nació en un hogar tradicional de clase media, de padres profesionales. Su madre le dijo, cuando pequeña, que la encontró en un tarro de basura cuando volvía una noche del cine y se refería a ella como "basurita".
Vivió toda su existencia sintiéndose ajena, sin pertenecer a parte alguna y cuando mayor, murió sola y pobre con su departamento DFL 2 de la Torre 1. Una vecina de buen corazón cumplió con su última voluntad.
Mientras sus cenizas descendían por el incinerados de la Torre 1 su alma encontró, por fin, la ansiada paz.


Un final feliz

Ambos rebasaban la cincuentena. Sus vidas, ya asentadas sobre hitos marcadores y definitivos. Sus historias personales: complejos tejidos de sueños rotos, egoísmos diversos, mentiras innecesarias y errores irremediables. Hacia delante, sólo la cosecha de lo sembrado. Hacia atrás, escondidos e ignorados arrepentimientos, llagas memoriosas, perdones imposibles.
Se vieron, se hablaron y se amaron. Y por siempre, por un siempre eterno de tres días, fueron felices.


En el principio...

Al comienzo fue la tarjeta VISA. No le importó y dejó de comprar por internet. Luego perdió el pasaporte y desde entonces renunció a sus viajes al extranjero. Y cuando no encontró más su carnet de identidad, simplemente dejó de ser.

Carolina Grekin (Economista Universidad de Chile)

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Canto al desierto

Yo no canto al desierto dibujado en los mapas, coloreado en café y surcado de rayas, el que a dedo recorre sin bajar sus quebradas, sin oir sus silencios, sin otear sus distancias. Yo no canto al desierto dibujado en los mapas.
El desierto al que canto es el desierto del alma, ese cartografiado en la piel de la cara, el que habita conmigo, , el que tengo por casa – mi altar es una piedra y mi patio es la pampa- El desierto que canto es el desierto del alma.
Yo no canto al desierto descubierto en postales, ese coleccionado en recuerdos de viajes, donde el sol es un globo y los cielos vitrales y todo tiene un idílico paisaje. Yo no canto al desierto descubierto en postales.
El desierto que canto es el desierto de sangre, el de gestas heroicas, el de atroces masacres, el de días ardientes, el de noches glaciares,, el de vientos que hieren con esquirlas de sales. El desierto que canto es el desierto de sangre.
Yo no canto al desierto que cuentan los turistas, entrevisto de lejos y bajo una sombrilla, el de piedras guardadas como cosas bonitas el de ciertos en pose para fotografías. Yo no canto al desierto que cantan los turistas.
El desierto que canto es el de toda una vida en busca de una nueva o veta perdida, el de piedras que estacan el su sed insuficiente, el de espejismos azules y soledades sin orilla. El desierto que canto es de toda una vida.
Yo no canto al desierto de los que no se fueran sin sentir que morían, como irse de una fiesta y no dejaran nada si quiera una huella sin paso fue una vida que nadie encuentra. Yo no canto al desierto del que un día se fuerzan.
El desierto que canto es el de los que se quedan y si un día se van su recuerdo se estrella, pues al volver la cabeza su alma se les quema como un cráneo de vaca hundido en la arena. El desierto que canto es el de los que se quedan.
Yo no canto al desierto con voz de profeta, cuando yo canto al desierto las que cantan son mis piedras

Hernan Rivera Letelier
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Temores

Temía estar solo, hasta que aprendí a quererme a mí mismo.

Temía fracasar, hasta que me di cuenta que
únicamente fracaso cuando no lo intento.

Temía lo que la gente opinara de mí, hasta
que me di cuenta que de todos modos opinan.

Temía me rechazaran, hasta que entendí
que debía tener fe en mi mismo.

Temía al dolor, hasta que aprendí que
éste es necesario para crecer.

Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.

Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final,
sino más bien el comienzo.

Temía al odio, hasta que me di cuenta
que no es otra cosa más que ignorancia.

Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo.

Temía hacerme viejo, hasta que
comprendí que ganaba sabiduría día a día.

Temía al pasado, hasta que comprendí que
es sólo mi proyección mental y ya
no puede herirme más.

Temía a la oscuridad, hasta
que vi la belleza de la luz de una estrella.

Temía al cambio, hasta que vi que
aún la mariposa más hermosa necesitaba
pasar por una metamorfosis antes de volar.

Hagamos que nuestras vidas cada día tengan más vida y
si nos sentimos desfallecer
no olvidemos que al final siempre hay algo más.

Hay que vivir plenamente porque la vida pasa pronto.

Ernest Hemingway

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Cuento El Potro Salvaje

Era un caballo, un joven potro de corazón ardiente, que llegó del desierto a la ciudad a vivir del espectáculo de su velocidad.
Ver correr a aquel animal era, en efecto, un espectáculo considerable.
Corría con la crin al viento y el viento en sus dilatadas narices.
Corría, se estiraba; se estiraba más aún, y el redoble de sus cascos en la tierra no se podía medir.
Corría sin reglas ni medida, en cualquier dirección del desierto y a cualquier hora del día.
No existían pistas para la libertad de su carrera, ni normas para el despliegue de su energía.
Poseía extraordinaria velocidad y un ardiente deseo de correr.
De modo que se daba todo entero en sus disparadas salvajes y ésta era la fuerza de aquel caballo.
A ejemplo de los animales muy veloces, el joven potro tenía muy pocas aptitudes para el arrastre.
Tiraba mal, sin coraje, ni bríos, ni gusto.
Y como en el desierto apenas alcanzaba el pasto para sustentar a los caballos de pesado tiro, el veloz animal se dirigió a la ciudad para vivir de sus carreras.
En un principio entregó gratis el espectáculo de su gran velocidad, pues nadie hubiera pagado una brizna de paja por verlo -ignorantes todos del corredor que había en él-.

En bellas tardes, cuando las gentes poblaban los campos inmediatos a la ciudad -y sobre todo los domingos-, el joven potro trotaba a la vista de todos, arrancaba de golpe, deteníase, trotaba de nuevo humeando el viento para lanzarse al fin a toda velocidad, tendido en una carrera loca que parecía imposible superar y que superaba a cada instante, pues aquel joven potro, como hemos dicho, ponía en sus narices, en sus cascos y en su carrera todo su ardiente corazón.
Las gentes quedaron atónitas ante aquel espectáculo que se apartaba de todo lo que acostumbraban ver, y se retiraron sin apreciar la belleza de aquella carrera.
-No importa -se dijo el potro alegremente-.
Iré a ver un empresario de espectáculos, y ganaré, entretanto lo suficiente para vivir. De qué había vivido hasta entonces en la ciudad apenas él podía decirlo.
De su propia hambre seguramente y de algún desperdicio desechado en el portón de los corralones.
Fue, pues, a ver a un organizador de fiestas.
-Yo puedo correr ante el público -dijo el caballo-, si me pagan por ello.
No sé qué puedo ganar; pero mi modo de correr ha gustado a algunos hombres.
-Sin duda, sin duda...
-le respondieron-.
Siempre hay algún interesado en estas cosas...
No es cuestión, sin embargo, de que se haga ilusiones...
Podríamos ofrecerle, con un poco de sacrificio de nuestra parte...
El potro bajó los ojos hacia la mano del hombre, y vio lo que le ofrecían: era un montón de paja, un poco de pasto ardido y seco.
-No podemos más...
Y así mismo...
El joven animal consideró el puñado de pasto con que se pagaban sus extraordinarias dotes de velocidad, y recordó las muecas de los hombres ante la libertad de su carrera, que cortaba en zig-zag las pistas trilladas.
-No importa -se dijo alegremente-.
Algún día se divertirán.
Con este pasto ardido podré, entretanto, sostenerme.
Y aceptó contento, porque lo que él quería era correr.
Corrió, pues, ese domingo y los siguientes, por igual puñado de pasto cada vez, y cada vez dándose con toda el alma en su carrera.
Ni un solo momento pensó en reservarse, engañar, seguir las rectas decorativas por halago de los espectadores, que no comprendían su libertad.
Comenzaba al trote, como siempre, con las narices de fuego y la cola en arco; hacía resonar la tierra en sus arranques, para lanzarse por fin a escape a campo traviesa, en un verdadero torbellino de ansia, polvo y tronar de cascos.
Y por premio, su puñado de pasto seco, que comía contento y descansado después del baño.
A veces, sin embargo, mientras trituraba con su joven dentadura los duros tallos, pensaba en las repletas bolsas de avena que veía en las vidrieras, en la gula de maíz y alfalfa olorosa que desbordaba de los pesebres.
-No importa -se decía alegremente-.
Puedo darme por contento con este rico pasto.
Y continuaba corriendo con el vientre ceñido de hambre, como había corrido siempre.
Poco a poco, sin embargo, los paseantes de los domingos se acostumbraron a su libertad de carrera, y comenzaron a decirse unos a otros que aquel espectáculo de velocidad salvaje, sin reglas ni cercas, causaba una bella impresión.
-No corre por las sendas como es costumbre -decían-, pero es muy veloz.
Tal vez tiene ese arranque porque se siente más libre fuera de las pistas trilladas.
En efecto, el joven potro, de apetito nunca saciado y que obtenía apenas de qué vivir con su ardiente velocidad, se empleaba a fondo por un puñado de pasto, como si esa carrera fuera la que iba a consagrarlo definitivamente.
Y tras el baño, comía contento su ración -la ración basta y mínima del más oscuro de los más anónimos caballos-.
-No importa -se decía alegremente-.
Ya llegará el día en que se diviertan.
El tiempo pasaba, entre tanto.
Las voces cambiadas entre los espectadores cundieron por la ciudad, traspasaron sus puertas, y llegó por fin un día en que la admiración de los hombres se asentó confiada y ciega en aquel caballo de carrera.
Los organizadores de espectáculos llegaron en tropel a contratarlo, y el potro, ya de edad madura, que había corrido toda su vida por un puñado de pasto, vio tendérsele, en disputa, apretadísimos fardos de alfalfa, macizas bolsas de avena y maíz -todo en cantidad incalculable- por el solo espectáculo de su carrera.
Entonces el caballo tuvo por primera vez un pensamiento de amargura, al pensar en lo feliz que hubiera sido en su juventud si le hubieran ofrecido la milésima parte de lo que ahora le introducían gloriosamente en el gaznate.
-En aquel tiempo -se dijo melancólicamente-, un sólo puñado de alfalfa como estímulo, cuando mi corazón saltaba de deseos de correr, hubiera hecho de mí el más feliz de los seres.
Ahora estoy cansado.
En efecto, estaba cansado.
Su velocidad era, sin duda la misma de siempre y el mismo espectáculo de su salvaje libertad.
Pero no poseía ya el ansia de correr de otros tiempos.
Aquel vibrante deseo de tenderse a fondo, que antes ci joven potro entregaba alegre por un montón de paja, precisaba ahora toneladas de exquisito forraje para despertar.
El triunfante caballo pensaba largamente las ofertas, calculaba, especulaba finamente en sus descansos.
Y cuando los organizadores se entregaban por último a sus exigencias, recién entonces sentía deseos de correr.
Corría entonces como él sólo era capaz de hacerlo; y regresaba a deleitarse ante la magnificencia del forraje ganado.
Cada vez, sin embargo, el caballo era más difícil de satisfacer, aunque los organizadores hicieran verdaderos sacrificios para excitar, adular, comprar aquel deseo de correr que moría bajo la presión del éxito.
Y el potro comenzó entonces a temer por su prodigiosa velocidad, si la entregaba toda en cada carrera.
Corrió, entonces, por primera vez en su vida, reservándose, aprovechándose cautamente del viento y las largas sendas regulares.
Nadie lo notó -o por ello fue acaso más aclamado que nunca- pues se creía ciegamente en su salvaje libertad para correr.
Libertad...
No, ya no la tenía.
La había perdido desde el primer instante en que reservó sus fuerzas para no flaquear en la carrera siguiente.
No corrió más a campo traviesa, ni contra el viento.
Corrió sobre sus propios rastros más fáciles, sobre aquellos zigzags que más ovaciones habían arrancado.
Y en el miedo, siempre creciente, de agotarse, llegó un momento en que el caballo de carrera aprendió a correr con estilo, engañando, escarceando cubierto de espuma por las sendas más trilladas.
Y un clamor de gloria lo divinizó.
Pero dos hombres que contemplaban aquel lamentable espectáculo, cambiaron algunas tristes palabras.
-Yo lo he visto correr en su juventud -dijo el primero-, y si uno pudiera llorar por un animal, lo haría en recuerdo de lo que hizo este mismo caballo cuando no tenía qué comer.
-No es extraño que lo haya hecho antes -dijo el segundo-.
Juventud y Hambre son el más preciado don que puede conceder la vida a un fuerte corazón.
Joven potro: tiéndete a fondo en tu carrera, aunque apenas se te dé para comer.
Pues si llegas sin valor a la gloria por pingüe forraje, te salvará el haberte dado un día todo entero por un puñado de pasto.

Horacio Quiroga

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Los cuentos nos hacen vivir

Desde el sueño, el niño regresa a la realidad cargado de cosas nuevas. Espadas mágicas para vencer el mal, secretos para no temer a los fantasmas, frases secretas para abrir puertas, claves para descubrir a los amigos. Son imágenes cargadas de afecto y emociones, mundos imaginarios que se transforman en realidad y que entran a formar parte de la vida.

Cuando una persona o una sociedad se queda sin cuentos, se queda sin sueños y sin perspectivas.

Cuando las cosas son sólo como son en la realidad concreta y a nadie le interesan los cuentos, las cosas parecen grises, planas, rígidas y sin sentido.

Pero cuando creemos en el valor de la magia, en la verdad de los cuentos, la vida tiene un sentido diferente.

¿Hay alguien que pueda afirmar que la historia del príncipe, la rosa, el cordero, los volcanes y los baobabs no es cierta?

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El Príncipe y El Mago

Érase una vez un joven príncipe que creía en todo salvo en tres cosas. No creía en las princesas, no creía en las islas y no creía en Dios. Su padre, el Rey, le había dicho que esas cosas no existían.

Como no había ni princesas, ni islas en los dominios de su padre, y ningún signo de Dios, el príncipe le creía a su padre.

Pero un día el príncipe se escapo de su palacio y llegó a otras tierras. Ahí, ante su asombro, vio islas desde la costa, y en esas islas vio unas extrañas criaturas que no se atrevió a nombrar. Mientras buscaba un bote, se le aproximo un hombre en tenida de etiqueta.

- ¿Estas son islas verdaderas?- preguntó el joven príncipe.

-Por supuesto que son islas verdaderas- dijo el hombre en tenida de etiqueta.

-¿Y esas extrañas criaturas?-

- Son princesas auténticas y genuinas –

- Entonces ¡Dios también debe existir!- exclamó el príncipe.

- Yo soy Dios – respondió el hombre haciendo una pequeña reverencia.

El joven príncipe regresó a casa lo más rápido que pudo.

-Veo que has regresado-dijo su padre el rey.

-He visto islas, he visto princesas y he visto a Dios- dijo el príncipe en tono de reproche.

El rey permaneció inmutable

-No existen islas verdaderas, ni princesas verdaderas, ni Dios verdadero.

-¡Yo los vi!

- Dime como estaba vestido Dios.

- Dios estaba en tenida de etiqueta

-¿Tenía mangas enrolladas en su vestón?

El príncipe recordó que efectivamente el hombre llevaba las mangas enrolladas en su vestón.

El rey sonrió.

-Ese es el uniforme de un mago. Has sido engañado.

Ante esto, el príncipe regreso a esas tierras, y fue a la misma playa, donde nuevamente se encontró con el hombre.

Mi padre, el rey, me ha dicho quien eres tú – dijo el príncipe indignado – La última vez me engañaste, pero no lo harás nuevamente. Ahora se que esas no son islas verdaderas, ni princesas verdaderas porque tú eres mago.

El hombre de la playa sonrió.

- Eres tú quien está engañado muchacho. En el reino de tu padre hay muchas islas y muchas princesas. Pero tú estás bajo el hechizo de tu padre y no puedes verlas.

Pensativamente, el joven regresó a casa. Al ver a su padre lo miró a los ojos.

- ¿Padre es cierto que tú no eres un verdadero rey, sino sólo un mago?

- Si hijo mío, soy sólo un mago.

- Entonces el hombre de la playa es Dios

- El hombre de la playa es otro mago.

- Debo saber la verdad más allá de la magia.

- No hay verdad más allá de la magia- respondió el rey.

Al príncipe le invadió una gran tristeza. Dijo: - entonces me mataré.

El rey, mediante la magia, hizo aparecer la muerte. La muerte se detuvo en la puerta llamando al príncipe.

Este se estremeció. Recordó las bellas pero irreales islas y las irreales pero bellas princesas.

Muy bien – dijo – puedo aceptar que tú seas mi mago.

Ves hijo mío – dijo el rey – tu ya comienzas a ser mago

(Los Cuentos de la Publicidad de Joel Muñoz, junio 1991)

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Discursos de Sobremesa

De hecho yo estaba preparándome

Para pronunciar dos discursos a falta de uno

Como buen discípulo de Macedonio Fernández

x una parte proyectaba pronunciar
El último discurso malo del siglo XX
A renglón seguido
El primer discurso bueno del siglo XXI
Cuando me cruce con Carlos Ruiz-Tagle
Que cayó muerto en la vía pública
Mientras se dirigía a su oficina


Pergeñar el primer discurso bueno

Para un orador nato como el que habla

En la práctica no resulta nada del otro mundo

Basta con plagiar al pie de la letra

A Hitler a Stalin al Sumo Pontífice


Lo difícil es redactar el último malo

Porque no faltará alguien

Que salga con otro peor

Estoy sentado al escritorio

A mi izquierda los manuscritos del último discurso malo

A mi derecha los del primer discurso bueno

Nicanor Parra

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Valparaíso y mi alma

En su rostro se reflejaba la luz de una pequeña ventana desde la cual se podía observar la bahía. Era un rostro que dejaba la huella el tiempo con algunas arrugas sobre su frente, que era amplia, ojos vivaces de mirada penetrante, gruesas cejas que indicaban carácter fuerte, manos pequeñas y estilizadas. ¿que había en su mente en ese momento?

Tristeza a la desolación
angustia a la soledad
miedo a la tristeza
¡qué vacía está el alma!

La mujer de rostro redondo y simple, sin maquillaje, pelo negro tomado en forma de moño, un delantal que no la favorecía, manos gruesas de dedos cortos prolijamente lavada – seguramente de tanto lavar platos – rostro alegre y optimista, representaba varios años más que los que tenía por su vida dura y simple, pero que la hacía muy fuerte. Dejó la cerveza sobre la mesa en forma rutinaria y servil ¿ necesita algo más? Ahí quedó el hombre de gruesas cejas y frente amplia, prolijamente vestido en un tono de la camisa, pantalón, calcetines y zapatos que indican un cierto grado de preocupación. Un fino aroma armonizaba el lugar.

El hombre y su soledad
el alma y su vida

A lo lejos se notaba mucha vida. Se escuchaban unos tristes boleros cantados por unos hombres de terno desgastado, corbata angosta, camisa blanca de cuello amplio, rostros vividos y melancólicos, una vieja guitarra que sacaba acordes de una gruesa mano que la “charrasqueaba” monótamente – se nota que lo había hecho muchas veces. En el ambiente había una tenue melancolía. Más allá todo era color y actividad. Niños que vendían cualquier cosa, viejos lanchones todos coloridos donde predominaba el verde, quizás la esperanza de una vida mejor. De los cerros colgaban todo tipo de construcciones que daban un desordenado pero colorido paisaje. La ciudad era bella, ¡feamente bella! Y como si dios quisiera regalar toda belleza en un solo lugar, se observaba la bahía quieta y hermosa, en forma de una perfecta herradura, llena de barcos con mucha actividad, grúas que se movían sigilosamente cargando y descargando barcos. A lo lejos las siluetas sigilosa de barcos de guerra agazapados como listos para atacar como si fueran una gacela. Entre todos estos se destacaba un velero de cuatro mástiles, albo como la luna, que se distinguían como una “gran señora”, como si el tiempo no quisiera morir entre mástiles y velas. Todo era vida. Las gaviotas no dejaban de volar, una gran lancha era observaba con por los lugareños con respeto y cierto temor sobre la cual iba un marino con traje enteramente blanco, rostro taciturno, sombrero redondo ligeramente caído sobre la derecha de su rostro, lo que indicaba cierto grado de picardía, el que llevaba una lanza con o “garfio” sobre la punta con la que se “tomaba” sobre unas cuerdas de acero para “atracar” la lancha frente al molo que no era más que una serie de escalas que llevaban hasta un edificio viejamente pintado que decía “Gobernación Marítima”. La ciudad se movía apaciblemente sobre los cerros que tenían formas de bustos de mujer y estaban todos unidos por un sinuoso y largo camino que uní desde el sector más popular con casas unas sobre las otras, llena de jóvenes en las esquinas, con plazas mal cuidadas y terminaba este camino en señoriales y antiguas mansiones, con enormes y elaboradas ventanas de colores sobrios u mucha madera, que paso a paso, ola a ola iban cediendo espacio a modernos edificios, con accesos de mármol, enormes ventanales con departamentos iluminados y grandes terrazas, que permitían observar una hermosa vista a la bahía.

Unos kilómetros más allá sobre unas mesas verdes se jugaban intensamente. Un hombre de enormes ojeras, pelo canoso, rostro indefinible y aburrido, labios gruesos, manos ágiles, vivacidad en su mirada , un cigarro sobre la boca que fumaba incansablemente, un vaso sobre la mesa con algún trago, ceniceros llenos. Al lado una mujer de cara redonda, de vestido negro y largo, prolijamente pintada, pelo corto, muchos anillos, miraba a su alrededor todas las actividades que hay en las salas de juego. Más allá hombres y mujeres de aspecto gris, como si dejaran caer el tiempo en espera de “algo” que no saben que es...... ¡el juego se acaba señores...! Unos hombres de coloridos trajes daban alegría al juego. Una niña de cuerpo estilizado y vestido provocativo ofrecía cigarros. El hombre puso entonces un conjunto de enormes fichas sobre un número rojo que estaba al final de la mesa. Todo era muy rápido. La bolita giraba, el hombre observaba, la mujer miraba como queriendo encontrarse con alguien, las demás personas no esperaban nada, con rostro taciturno y sin vida

La ciudad y su vida
el alma y su pena

El sol avanzaba impecablemente sobre el tiempo escondiéndose sobre el horizonte y resaltando las siluetas de la ciudad y sus hombres, destacando entre la luz y la sombra, entre profundidad y color, entre blanco y negro. Los edificios modernos llenos de cristales encendían sus lujosos faroles. Las calles eran recorridas por vivaces familias en antiguos carruajes tirado por caballos. Los niños reían. La ciudad comenzaba a encender sus coloridas luces. En los cerros, donde se iniciaba el sinuoso camino, la oscuridad avanzaba protegida por los frondosos árboles en las quebradas. La mujer de la cerveza había terminado su turno, colgó el delantal, se lavó nuevamente las manos, se arregló levemente el pelo, se puso una delgada chaqueta sobre su blusa que destacaban unos voluminosos pechos contorneados, se puso unos zapatos bajos desgastados y en un monótono “hasta mañana” caminó hasta el paradero de buses que se encontraba a pocos metros del local, tomando un bus que la llevó al centro de la ciudad. Su “mono” como cariñosamente le decía, le había pedido unos “encargos” de una ferretería que se encontraba en el centro de la ciudad. El avance del bus fue lento y monótono entre buses, autos que se “encajonaban” sobre angostas calles llenas de bares, pequeños negocios, cortinas cerradas con avisos “se arrienda”, “se vende”, viejos mal vestidos, niños que jugaban despreocupadamente. Los edificios en sus viejas construcciones indicaban tiempos pasados mejores. Atravesó el bus una plaza encerrada por esas añosas construcciones, de donde se iniciaban sinuosos y serpenteados caminos hacia el cerro, rodeados de interminables escaleras. El centro de la ciudad era más amplio y los comerciantes se habían preocupado de destacar algunos edificios con luces y entre estos había algunos prolijamente pintados, con guardias en la puerta y enormes ventanales iluminados en su interior. La plaza estaba llena de árboles con gruesas raíces y frondosas ramas. En los bancos de la plaza, niños, ancianos, mujeres charlaban despreocupadamente. La mujer caminó frente a una enorme iglesia y al pasar frente a ella se inclinó levemente como indicando un enorme respeto. A la vuelta de la iglesia había un negocio lleno de gente especialmente varones. Más de alguno la miró con picardía cuando pasó la lista de materiales que le había pedido su “mono”. Ese día la propina había sido especialmente generosa en razón de que habían ido a comer un grupo de “gringos”, uno de los cuales de ojos claros y muy colorado, bigotes cuidados, con algunos años y mucha picardía en el rostro la había mirado cuidadosamente y, como viejo cazador de mar, había adivinado lo que había debajo de ese delantal y la imaginación lo llevó a crear fantasías y entre el entusiasmo, la música, el alcohol, le había dejado una fuerte propina en dólares, los que había cambiado en el centro de la ciudad. Tomó el bulto con los encargos de y caminó entre la multitud que desordenadamente se dirigía a sus casas. La calle contorneaba una bullante actividad,, panaderías, librerías, tiendas de ropa, farmacias. Se detuvo frente a una tienda que había un vestido claro sobre un estilizado maniquí... ¡qué bello! Exclamó en silencio, sin pasar por su mente si lo quería o no, sino disfrutó de su belleza para que alguien se lo llevara. Nunca le preocuparon esas cosas porque en verdad siempre se había criado con lo mínimo – chalecos heredados de algún familiar o de sus patrones, zapatos a veces nuevos o en otras ocasiones comprados en la calle. No estaba en su mente “tener cosas” a pesar que veces veía en televisión niñas muy bonitas a las que su “mono” miraba con cierto atrevimiento ¿qué vas a hacer con una de esas se reía? Caminó y tomó un viejo ascensor que la dejó en pocos minutos lejos de ese infernal movimiento de cosas, ruido, gente y la elevó lentamente sobre cerros donde aparecieron las multicolores casas en todas sus formas y colores. Como una poesía el paisaje de fondo se veía ahora miles de luces que se encendían y apagaban levemente, que iluminaban barcos y todo lo que había en la bahía. Llegó a su casa, una sencilla entrada donde había una mesa con un coqueto bordado plástico. Unos sillones con un tapiz verde y negro sobre unas patas sin ningún tipo de labrado, una mesa redonda con un florero en el centro. EL “mono” estaba sentado viendo un pequeño televisor instalado en una mesa del living. Se dieron un beso sin mayor asunto y ella deja el bulto con el encargo sobre la mesa. Gracias, le dijo el mono, un hombre de mediana estatura, gruesa cabellera negra que indicaba un mestizaje ni lejano, color de piel oscura, ojos color pardo claro,, manos gruesas de hombre de trabajo manual. Revisó el encargo y le habló a la mujer. Con esto voy a arreglar el baño del abogado y voy a tener algo para el fin de semana. Si me pagan a lo mejor te llevo a andar en lancha, le mencionó. Ella que se había dirigido a la cocina, que era pequeña y sencilla, sacó unos tomates ya maduros y comenzó alegremente a pelar unas papas. No importa le dijo, levantando un poco la voz, ya que la cocina estaba a unos metros de donde estaba el “mono” y el televisor, en esos momentos, molestaba un poco. Me dieron buena propina y con lo que me paga la señora Juana el viernes, nos arreglamos lo más bien. A lo mejor puedo comprar algo de carne y te hago un asado que a ti tanto te gusta mi amor le dijo la mujer. Él, encerrado en sus pensamientos, la miró con cariño, era una gran mujer. Estaba sin trabajo ya por tres meses, se las arreglaba con pequeños “pololos”, los cuales no eran una entrada segura. Después de tantos años de estar bien, se había acostumbrado a la seguridad. Él era jefe de turno que se encargaba de la carga y descarga de los barcos que día a día, como las olas que golpean las rocas, llegaban y se iban del puerto. Llevaba años en esta actividad cuando había sido llamado por su jefe, un hombre fuerte y de recio carácter, acostumbrado a conducir hombres de difíciles y de trabajo pesado. Ahí todo es acción, pocas explicaciones y muchas órdenes. Falló la grúa del sitio cinco, gritaba un hombre con casco blanco desee una pequeña grúa horquilla que raudamente llegaba a la oficina donde estaba el jefe. Éste pensó, estos japoneses me juraron y re-juraron de duraba mínimo seis meses el arreglo del rotor y no lleva una semana de reparada. Dio rápidamente la orden a que la grúa del muelle cuatro, que estaba momentáneamente detenida y el operador comía un grueso pan con mortadela y un cargado café y de mala gana se montó sobre el pequeño habitáculo, conectó la llave y la hizo funcionar. Cada vez que el barco esa atracado al muelle tiene un costo muy alto y todos corren para disminuir ese costo, como se los había informado los de la “capital”, unos jóvenes que llegaban en bonitos autos y prolijamente vestidos. Estos mismos jóvenes habían dejado instrucciones de disminuir en un 10% el personal. Rosales, lo llamó el jefe, no te tengo buenas noticias, tu turno termina de acuerdo a instrucciones de los de la “capital” así que me informaron que te presentaras en la oficina de administración. Ahí caminó el hombre, y un contador de gruesos anteojos, con unos papeles en mano le informo que había reducción de personal y le había tocado a su turno sin saber porque. Le explicó que viniera el lunes a buscar su liquidación.

El hombre y su alegría
la ilusión y la pena
los sueños y la realidad

Ella sirvió la comida, se miraron placenteramente, comieron unos simples platos con mucho amor y cariño, se fueron a acostar, en la televisión estaba lo de siempre, unos cómicos con chistes repetidos, dormitó un poco, la abrazó y cuerpo a cuerpo, calor a calor, boca a boca, se buscaron y entregaron el uno al otro, sin nada que los detuviera, se besaron completamente como dos rompecabezas que encajan perfectamente, disfrutaron la noche como dos palomas en celo. Desde la ventana se observaba la bahía, llenos de luces y sueños cumplidos y por cumplir, todo era belleza y poesía, placer y fantasía, amor y entrega

El amor del hombre sencillo
el amor del que nada tiene y todo lo da
es el amor verdadero.

La noche estaba bella. Las estrellas y la luna iluminaban mejor. A lo lejos se veía un gran barco que abandonaba la bahía. Los botes se balaceaban en la bahía placenteramente. Todo era belleza, poesía y amor.

Jaime Calderón Riveros (julio, 2001)

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Mi vida como pelota de fútbol

Me chuteaban y me pisaban y quedé más sucio que no sé qué. Me llevaron al mundial de Argentina '78 y al del '82 y el de México '86, quedé mucho más sucio.

Volví a mi casa y mi mamá y mi papá me retaron más que no se qué y me echaron por dos meses. Me jugaron 100 partidos más y quedé mucho más sucio. Volví a mi casa y me echaron de nuevo y me contaron que me iban a llevar a 200 mundiales más. ¿Quién sabe como iré a quedar?

Francisco Javier Calderón Peralta (2A, 1986)

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Escena del Teniente Coronel de la Guardia Civil

Cuarto de banderas

Teniente Coronel
Yo soy el Teniente Coronel de la Guardia Civil

Sargento


Teniente Coronel
Y no hay nadie que me lo desmienta

Sargento
No

Teniente Coronel
Tengo tres estrellas y vente cruces

Sargento


Teniente Coronel
Me ha saludado el cardenal arzobispo con sus veinte y cuatro borlas moradas

Sargento


Teniente Coronel
Yo soy el Teniente. Yo soy el Teniente. Yo soy el teniente Coronel de la Guardia Civil.

(Romeo y Julieta, celeste, blanco y oro se abrazan sobre el jardín de tabaco de la caja de puros. El militar acaricia el cañón de un fusil lleno de sombra submarina. Una voz fuera.)


Luna,l luna,luna,luna,
del tiempo de la aceituna
cazorla enseña su torre
y Benamejí la oculta.

Luna,luna,luna,luna
un gallo canta en la luna.
señor alcalde, sus niñas
están mirando a la luna.

Teniente Coronel
¿Qué pasa?

Sargento
¡Un gitano!

Teniente Coronel
Yo soy el teniente Coronel de la Guardia Civil

Gitano


Teniente Coronel
¿tú quien eres?

Gitano
Un Gitano

Teniente Coronel
¿Y que es un Gitano?

Gitano
Cualquier cosa

Teniente Coronel
¿Como te llamas?

Gitano
Eso

Teniente Coronel
¿Qué dices?

Gitano
Gitano

Sargento
Me lo encontré y lo he traído

Teniente Coronel
¿Dónde estabas?

Gitano
En el puente de los ríos.

Teniente Coronel
Pero ¿ de que ríos ?

Gitano
De todos los ríos.

Teniente Coronel
¿Y que hacías allí?

Gitano
Una torre de canela

Teniente Coronel¡Sargento!

Sargento
A la orden mi teniente de la Guardia Civil.

Gitano
He inventado unas alas para volar, y vuelo. Azufre y rosa en mis labios.

Teniente Coronel
¡Ay!

Gitano
Aunque no necesito alas, porque vuelo sin ellas. Nubes y anillos en mi sangre.

Teniente Coronel
¡Ayy!

Gitano
En enero tengo azahar

Teniente Coronel (retorciéndose)
¡Ayyyyyy!

Gitano
Y naranjas en la nieve

Teniente Coronel
¡Ayyyyyyy!. Pum, pim, pam. ( Cae muerto)

Sargento
¡Socorro!

(en el patio del cuartel, cuatro guardias civiles apalean al gitanillo)

Federico García Lorca